Son épocas en las que la prensa se ha convertido en una vertiginosa generadora de noticias de cualidad social dudosa.
Son épocas en las que los valores de la profesión van en caída y arrastran la credibilidad de muchos medios.
Son épocas en las que conviene detenerse un instante para revisar de dónde venimos y hacia dónde vamos.
En definitiva, son épocas en las que resulta apropiado volver sobre las figuras que fueron capaces de construir un periodismo en el que el norte fuese el respeto a los demás, la coherencia y, por sobre todo, la verdad.
Lionel Gioda fue uno de esos hombres que, como dijo Ryszard Kapuscinski, encontró que el periodismo no era una vocación sino una misión.
Y, como tal, no podía quedar para su fuero íntimo y su actividad cotidiana en el diario El Pueblo, sino que debía ser predicada en particular entre los jóvenes que soñaban con esa profesión.
Hacia finales de los setenta, conocí Lionel como profesor de periodismo gráfico en la carrera de Comunicación Social de la Universidad Nacional de Río Cuarto.
Su figura docente y el reconocimiento a su trayectoria infundían un profundo respeto. Su personalidad y sus condiciones humanas inspiraban afecto.
Con los años, me vinculé con él ya desde la profesión para ratificarme a mí mismo que, antes que un gran periodista y un invalorable maestro, estaba en esos momentos frente a una gran persona. De esas que, como también lo fue Amadeo Fiori, siempre eran capaces de echar luz cuando la oscuridad ganaba el presente del periodismo. Hoy ya no están. Pero son más necesarios que nunca.
Historia de los blogs en América Latina
Hace 1 año.
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