jueves, noviembre 17, 2005

AUTOCRÍTICA DEL PERIODISMO (PARTE 2)

En aquellos tiempos, “el periodismo político fue demagógico”.
Y se volvió maniqueo.
Todos eran héroes o villanos.
Todo era blanco o negro.
“Los matices no entraban entre tanda y tanda”, reflexionaba, por su parte, el secretario de redacción del diario La Nación, Jorge Fernández Díaz, en una columna publicada en su diario.
Todo era denuncia.
En algunos casos, investigadas a fondo.
En otras superfluas.
Casi casi, “gatillo fácil”.
¿Es que, acaso, no podíamos detectar la existencia de políticos y dirigentes honestos?
¿O jugábamos al tiro al blanco contra los malos?
Todo era una pelea por instalar una agenda mediática.
Nada mejor, entonces, que acodarse cerca del poder para obtener información.
No importaba si esto implicaba ser útil a jugadas mediáticas de los gobernantes o a las comúnmente llamadas operaciones de prensa.
Son sólo dos situaciones, pero desnudan sin tapujos que había manipulación de la opinión pública.

Veamos una encuesta que data de diciembre de 2004, realizada por el Observatorio de Medios de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires.
En ella se comparan los niveles de credibilidad del periodismo ese año, respecto de 1998.
En aquel momento, el 55 por ciento de 400 consultados colocaba a la prensa como la institución más creíble.
Seis años después, la cifra se había reducido al 35,5 por ciento.
¿Qué había pasado?
Resulta sencillo de deducir.
La prensa no había asumido que existía una exigencia suprema del público a los medios:
Ofrecer elementos para la comprensión de una realidad compleja.
Un sano ejercicio de esta responsabilidad tendrá como efecto directo y fundamental la creación de una conciencia social crítica.

Que –por cierto-- debe incluir a los propios medios, en tanto actores fundamentales de un proceso democrático.
Lo que está en juego es el mayor y casi único capital con que cuenta el periodismo:
La credibilidad.
Vuelvo sobre la síntesis que hacía Fernández Díaz respecto de las obligaciones de los periodistas:
Dudar.
Formarnos de manera incesante.
No hacer reduccionismos.
Evitar las simplificaciones.
Contar los matices de la realidad.
Ser autocríticos, rigurosos, anticíclicos.
Y ser, ante todo, independientes, por encima del miedo, de las conveniencias y de los negocios
.
¿Lo estamos haciendo?
Me parece que no con toda la intensidad que es necesaria.
Las urgencias cotidianas del trabajo nos son útiles como paraguas para perdonarnos a nosotros mismos no cumplir con estas obligaciones.

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