sábado, marzo 14, 2009

Presente y futuro de los medios digitales

CHARLA - DEBATE
Presente y futuro de los medios digitales
La experiencia en España y Argentina

Viernes 13 de marzo – 10 hs.
Auditorio de la Prensa Argentina, Chacabuco 314 Piso 11º, Ciudad de Buenos Aires

Juan José Amorín, director general de la Asociación Española de Medios Online y ex director del portal Terra España y del diario digital 20 Minutos, y Julio Perotti, coordinador de Noticias del diario La Voz del Interior, Profesor en Comunicación Audiovisual de la Universidad Blas Pascal (Córdoba) e invitado por la Asociación de Editores Digitales Argentinos (AEDIA), expondrán y debatirán sobre la situación de Internet y los medios online en España y Argentina.
La moderación estará a cargo de Gabriel Michi, presidente del Foro de Periodismo Argentino (Fopea).

La actividad, organizada por Fopea y AEDIA, se llevará a cabo en el Auditorio de la Prensa Argentina, Chacabuco 314, piso 11º, Ciudad de Buenos Aires, entre las 10 y 12.30.

LA PRESENTACIÓN









Seguramente, ustedes están acostumbrados a escuchar charlas magistrales que, en muchos casos, incluyen fórmulas para el éxito.
Sólo me gustaría exponerles una humilde visión construida a lo largo de 30 años en redacciones de Córdoba y su interior.
Y la convicción de que, a esta altura, no podemos rendirnos a observar la agonía de los diarios si hacer nada al respecto.
Estamos preocupados; estamos horrorizados.
Los números van mal. Si no, basta repasar los datos con que nos encontramos en hoy en muchos sitios que siguen la evolución del sector.
La realidad es demasiado dolorosa para una industria ya madura que había logrado altos niveles de rentabilidad.
Tal vez ese haya sido nuestro peor enemigo: el confort que dan las buenas ganancias anuló toda vocación innovadora.
Si ni siquiera fuimos capaces de darnos cuenta de que, desde comienzos de los 90, se estaba incubando una mutación de las audiencias.
Y si algo faltaba para que ello se perfeccionase, en 1996 llegó Internet, la más poderosa herramienta comunicacional que hayamos conocido.
Es cierto: más temprano o más tarde, todos los diarios nos subimos a la red.
La pregunta, a esta altura, es si lo hicimos bien.
Me temo que no deberíamos estar orgullosos de cómo actuamos.
En mi opinión, el primer error es que replicamos en la web nuestro tradicional modo de hacer periodismo.
Y claro, ¿qué otra cosa cabía esperar si éramos exitosos?
El segundo error es que creímos que con ello alcanzaba. Y para siempre.
Por eso, mandamos a dormir el sueño de los justos cualquier intento por comprender a esas nuevas audiencias, distintas de las que abarcábamos con nuestros productos tradicionales.
En conclusión, decidimos “estar” en Internet, pero no supimos “ser” Internet.
Y no es sólo un juego de palabras. Es una diferencia esencial.
Por eso aplicamos lo que hacíamos en el papel a la web sin comprender que era un fenómeno distinto.
Hoy estamos pagando esas consecuencias.
Aquí quiero detenerme en la responsabilidad que nos cabe a los periodistas en este proceso de deterioro.
Podría enumerar muchas razones.
Creo que bastan algunas para pintar el panorama.
1.- Estuvimos alejados de la capacitación continua.
Los que ocupábamos un escritorio en las redacciones, consideramos que eran suficientes la experiencia que nos acompañaba y eventualmente los conocimientos adquiridos en las escuelas de periodismo. Y para siempre.
La tecnología era, más bien, una carga pesada para aquellos que habían sido llamados a reinar en el mundo de las ideas y los pensamientos, y a marcar los rumbos de la sociedad.
2.- Estuvimos alejados de la sociedad.
Dejamos las calles para encerrarnos en la comodidad las redacciones. Pero también preferimos los despachos oficiales a los barrios; las asambleas del poder a las reuniones de vecinos. Definitivamente, le perdimos el pulso a la gente.
3.- Estuvimos alejados de la profundidad.
Optamos por ofrecer un tratamiento generalista de la información, sin profundidad y con bastante poco contexto. Fuimos, con perdón del neologismo, “todólogos”, sin advertir que en los distintos nichos de la audiencia convivían lectores con niveles de conocimiento demasiado superiores a los que contábamos.
4.- Estuvimos alejados del negocio.
No comprendimos que éramos contribuyentes a un modelo de negocios. No es que hayamos postulado hacer negocios con el periodismo, una de las más negras manchas de esta profesión. Si no, entender que el éxito de los medios, lo que los hace poderosos, es su independencia económica.
Pero no, muchas veces preferimos abrir brechas entre las redacciones y el resto de la compañía. No fuera que nos contaminasen. ¡Vaya error!
5.- Y estuvimos alejados de un nuevo periodismo.
Porque hemos sido, también, incapaces de romper la inercia que nos imponían los paradigmas del viejo periodismo.
E incapaces de comprender que hay conceptos que forman parte inescindible de la profesión, pero otros que van mudando conforme se modifican los hábitos de consumo noticioso de la sociedad.
Podría seguir hasta un decálogo. O más.
No se trata, por cierto, de autoflagelarse por los errores, sino de aprender de ellos.
¿Acaso estas falencias del periodismo no son también en parte responsabilidad de las empresas?
A todos nos cabe la obligación de redefinirnos y reinsertarnos en una sociedad que, como dijimos, ha comenzado a alejarse muy raudamente de nosotros.
Cada uno de nuestros diarios está inmerso en un mercado que, no importa su escala, está cambiando.
De hecho, en cada uno de los pueblos y ciudades donde editamos, el natural recambio biológico nos está privando de lectores.
Y las nuevas generaciones no se acercan a los diarios.
No porque no se informen sino porque su agenda es distinta a las que establecemos desde los periódicos.
Eso está absolutamente claro.
Basta observarlo en nuestros hijos.
Pero también hay una base científica para corroborarlo.
Tenemos a la mano un libro que ayuda a comprender mejor de qué estamos hablando. Se trata de “Generación Einstein”, una obra de Jeroen Boschma, un consultor que cofundó en 1998 la agencia de comunicación Keesie, especializada en el target infantil y juvenil.

Este libro refleja a la nueva generación de jóvenes nacidos después de 1988 en Europa, aquellos que inauguran una era de valores positivos desde la Segunda Guerra Mundial y que han crecido de pleno en un mundo digital.
Sin entrar en detalles del trabajo, cuya lectura es muy recomendable, la conclusión es que son:
· Más rápidos.
· Más listos.
· Más sociables.
· Conocen las reglas del marketing.
· Leen la prensa como periodistas.
· Miran películas como directores de cine.
· Y analizan anuncios como verdaderos publicistas.
Más aún, si uno intentase comunicarse con ellos de forma equivocada, sólo podría encontrar rechazo.
Para estas generaciones jóvenes, un diario ya no es seña de identidad como lo era de nuestros padres y de nosotros mismos.
Un diario, en definitiva, ya no significa nada para ellos.
Además, ocupan lugares en las redes sociales, donde construyen información y, por ende, nos hace perder al periodismo ese monopolio.
¿Nos vamos a quedar con los brazos cruzados esperando que estos jóvenes nos mantengan excluidos por siempre de su mundo mediático?
¿No tenemos acaso la experiencia y el know how para construir información?
Desde luego, este interrogante nos encuentra en momentos en que la crisis global jaquea a la industria.
No vamos a caer en el lugar común de decir que una crisis implica necesariamente una oportunidad.
Pero está claro que lo peor que podemos hacer es paralizarnos.
Que debemos defender a los diarios, a las empresas; en síntesis, al periodismo.
Sírvanse levantar la mano los que consideren que aprovechar esta oportunidad es responsabilidad de los empresarios de los medios.
Ahora, levántenla los que piensen que es una responsabilidad de los periodistas.
Y finalmente, sírvanse hacerlo los que entiendan que es tanto responsabilidad de la conducción de la empresa cuanto de sus periodistas.
Gracias.
Quiero decirles que hay, entre los empresarios y los periodistas, percepciones cruzadas.
Los periodistas piensan que los empresarios están buscando siempre la alternativa para reducir costos. Pero a fuerza de su trabajo.
Y los empresarios observan que sus periodistas descargan sobre ellos la responsabilidad de salvar el futuro del medio.
Vengo del periodismo, pero no estoy de acuerdo con ninguno de los dos.
Soy de los que votan por la tercera alternativa.
Y que piensa que sólo una tarea conjunta, lo más seria y responsable posible, será la única alternativa para intentar una solución.
Se impone un cambio de mentalidad en todos los estamentos de la compañía.
Diálogo interno franco y toma de conciencia sobre el momento en el que estamos y el camino que queremos adoptar resulta mucho más que un deseo.
Seguramente, ustedes escucharon o leyeron como lo plantea el consultor español Juan Varela.
Dice Juan:
Si en algo coinciden los expertos es en que no todos los periódicos morirán. Pero también en que todos deberán transformarse para sobrevivir en una era en la que la gente, más que nunca, quiere leer historias, aunque no en los formatos que han dominado la prensa 300 años. Hay que ponerse manos a la obra ante un cambio que, dicen, no tiene por qué ser peor.
No será peor en tanto enterremos mitos y conjuremos fantasmas.
¿Hasta cuándo vamos a creernos que los diarios y los periodistas somos “vacas sagradas” y, por eso, intocables?
Si, como hemos dicho, el principal problema es cómo mantener o conquistar la audiencia, ya no nos alcanza el papel.
Ni como soporte ni mucho menos como modelo de negocios.
Asistimos en estos tiempos a un fuerte debate en torno de la convergencia o la integración de las redacciones.
Hay de todo: los que quieren ir a fondo con la convergencia; los que la probaron y volvieron atrás; los que la pintan como la panacea, y los que creen que ella va a constituir la eutanasia de un periodismo moribundo.
Resulta difícil pensar que un nuevo modelo pueda imponerse prescindiendo de los factores culturales que han marcado a cada medio a lo largo de su historia.
Están también los que creen que sólo se trata de un ejercicio arquitectónico porque consiste en cambiar de lugar escritorios en una redacción.
Y están los que piensan, con un criterio economicista, que debe traducirse en que los periodistas escriban, saquen fotos, filmen, hagan comentarios en audio, sean blogeros, etc, etc, etc.
Estas últimas categorías revelan pensamientos cortoplacistas, de fracaso cantado de antemano porque no se trata sólo de reducir costos y aumentar la productividad, sino de apostar a la calidad.
Voy a usar el plural porque trato de expresar lo que hemos debatido largamente en La Voz del Interior: estamos convencidos que debemos reconvertir toda la organización, desde el primer hasta el último puesto de trabajo.
De alinearnos en una misma convicción para llevarla adelante con ideas comunes.
Dicho vulgarmente, de poner los patitos en fila para tratar de lograr una salida al atolladero.
Permítanme hacerles un repaso de esta experiencia en La Voz del Interior.
Seguramente, otros tendrán las suyas que serán tanto o más valiosas que ésta.
Lo que es seguro es que nadie en ningún lugar del mundo está hoy en condiciones de mostrar resultados contundentes sobre un camino exitoso.
Nosotros procuramos salir de la encerrona partiendo de la definición de qué modelo queremos.
La respuesta inicial es el de una empresa multimedia, generadora de contenidos para una etapa inicial de dos formatos: papel e Internet.
Pero abierta a explorar nuevos medios, distintos a los conocidos.
No puede quedar esto en una de esas definiciones que se publican en la misión, visión y valores de la compañía.
De entrada, nomás, debemos generar conciencia porque tenemos que encarar el más profundo de los cambios, el cultural.
Para eso, se conformaron inicialmente dos grupos de trabajo transversales a toda la empresa; es decir, integrados por miembros de distintas áreas, sin limitaciones de carácter jerárquico:
Organización y Producto
El grupo de Organización tuvo la misión de revisar dónde estamos y hacia dónde vamos; cuáles son las debilidades y las fortalezas de toda la organización e hincar el diente sobre los procesos que llevamos adelante, en especial en la Redacción, para adaptarnos a los nuevos tiempos.
El objetivo del equipo de Producto fue, a su vez, determinar las fortalezas y las debilidades de lo que ya ofrecemos a los lectores; hurgar en las nuevas audiencias y explorar cuáles deben ser los contenidos para cada plataforma.
En el medio, motorizada por el grupo de Organización, lanzamos una encuesta para saber cuánto conoce nuestra gente de Internet y su potencialidad; cuánto la utiliza y cuánto está dispuesta a utilizarla.
En verdad, arrojó algunos resultados sorprendentes sobre los que en otro momento podemos charlar.
Lo interesante es que nos posibilitó el armado de un plan de capacitación para integrar a todos en este nuevo modelo.
Esto nos permitió construir una pirámide para ir escalando:
1. Base: motivación/comprensión de Internet.
2. Conceptos: el periodismo del presente.
3. Herramientas: con qué hacerlo.
4. Know how: cómo hacerlo.

Observarán en este esquema muy simplificado que vamos desde lo general a lo particular, en la convicción de que no tendremos éxito si no partimos de una base de conocimiento sólida.
Hagamos un breve repaso uno por uno.
La motivación y comprensión de Internet, junto a los conceptos del periodismo, apuntan a entender el nuevo modelo de producción de noticia y sus tiempos de vida, muy distintos de los que conocíamos.
¿O es que acaso alguien cree que las primicias, vieja fortaleza de la prensa, hoy pueden servir para sobrevivir?
Las noticias nacen y mueren muy rápidamente.
Lo que permanece es la profundidad de la información, tanto en el papel como en la web.
El manejo de herramientas se torna fundamental en el nuevo entorno informativo.
¿Es admisible ser casi analfabetos digitales en un mundo en que sus habitantes se mueven cada vez más en entornos virtuales?
Temas como los programas open source (o de código abierto) ya no pueden ni deben ser de manejo exclusivo de los ingenieros.
Y conceptos como SEO (Search Engine Optimization), que es la forma en que mejor nos encuentran los buscadores, fuente primordial de lectura, no pueden quedar exclusivamente en manos de nuestras áreas de Marketing.
No quiero decir que empresarios y periodistas salgamos corriendo a tomar cursos acelerados de ingeniería o de marketing.
Digo, sí, que no podemos ignorar esos conceptos porque a ellos va atada parte de nuestra inserción en el ecosistema informativo digital.
Y, finalmente, el saber hacer es el modo en que vamos a construir información a partir de esos nuevos conceptos con las herramientas que debemos aprovechar para acercanos a la audiencia y ofrecerles noticias atractivas tanto desde el contenido cuanto desde lo visual.
Por estos días estamos ante el desafío, nada fácil por cierto, de establecer cuáles son los nuevos esquemas de trabajo para atender a los dos formatos, web y papel.
Después de todo, nos gusta el confort de lo establecido, de lo que venimos haciendo desde hace muchos años, una mochila que en nuestro caso tiene el peso de 105 años de historia.
Por ejemplo, nos tranquilizó siempre pensar en un cierre de edición cada noche, lejos de la necesidad que hoy tenemos de ir ofreciendo a la audiencia la información apenas la tengamos en nuestras manos y, luego, buscar novedosos modos de plasmarla en el papel.
Por esto, está claro que requerimos un nuevo flujo de trabajo, establecido a partir de los horarios picos –o prime time- de nuestros productos web.
No es poca cosa: se trata, ni más ni menos que una reconversión de la Redacción para extender sus horarios más allá de lo habitual.
¿Y los recursos humanos, qué?
Primero, tengamos en claro que vamos a una Redacción multimedia.
Esto no significa que TODOS los periodistas sean multimedia.
Habrá jóvenes y buenos por velocidad en la web; excelentes escritores para el papel y unos cuantos, con seguridad, en condiciones de adaptarse con soltura y eficiencia a ambos formatos.
Pero todos para todo no parece ser una buena fórmula si no queremos que se papelice la web o se internetice el papel.
Tampoco, por cierto, vamos a abandonar el papel a su suerte.
Estamos seguros de que todavía quedan unos cuantos años para este formato.
¿Es posible, entonces, reconvertirlo?
Sí, con seguridad sí.
La apuesta está en la profundización en la calidad de los contenidos.
Si concluimos que para la gente la noticia que le ofrecen los diarios no es atractiva, debemos considerar cómo brindar información de más calidad.
Una cuestión central es dejar de pensar en la noticia como unidad central del periodismo y, en cambio, ofrecer a los lectores un contexto más completo.
Es lo que los especialistas llaman ahora “el tema”, lo que implica comprender al periodismo como un proceso.
Volvemos a lo mismo: información más profunda, más analítica y con más perspectivas parece ser la fórmula.
Sabemos en que un mercado donde reina la escasez de imaginación es complicado.
El cine suele enseñarnos muchos de historia. Recuerdan una escena que plasmó el genial Orson Welles en “Ciudadano Kane”.













Las noticias, decía entonces Kane, se producen las 24 horas. Aquella verdad de 1941 nosotros recién lo estamos discutiendo ahora.
¿No les parece que es hora de hacer algo?
En este punto es donde debemos también fijar dos grados de responsabilidad:
De los periodistas, para asimilar y aplicar un nuevo modelo.
De los empresarios, para facilitar las herramientas a sus periodistas.
De ambos, para tener una visión compartida.
Por cierto, la favorable evolución de este modelo web e impreso depende de la calidad de los recursos humanos con que se cuente y de su vocación para ser activos partícipes en el proceso.
En este marco, debemos tener muy en claro que la gestión de los recursos es imprescindible para avanzar sin contratiempos.
Que vamos a encontrar resistencias, no tengan dudas.
Que en un mundo cada vez más ancho, la mano de obra es por naturaleza un bien escaso, es también una realidad.
Revisaba en los últimos días un reciente libro de Ramón Salaverría y Samuel Negredo, llamado “Periodismo integrado. Convergencia de medios y reorganización de redacciones”.
Encontré allí cinco ideas para tratar de disipar desconfianzas como modo de vencer la resistencia al cambio:
1.- Formar a los periodistas.
2.- Mezclar veteranía profesional y conocimiento digital.
3.- Pactar salarios con la nueva estructura empresarial multiplataforma.
4.- Situar al mando a periodistas calificados que entiendan la red.
5.- Planificar una integración verdadera, no una absorción encubierta para demostrar que no hay ganadores ni perdedores.

Quería reservar para este tramo final una idea que, creo, todos debemos compartir: en este mundo global, sólo nos salvará nuestro espacio más cercano.
Es decir, pintar nuestra propia aldea.
En términos modernos, la hiperlocalidad, el reflejo de nuestra ciudad, nuestra zona.
Es que frente a monstruos globales como Google que nos devuelven la información del mundo en décimas de segundo, refugiarnos en nuestros intereses más cercanos generará fidelidad con nuestra audiencia.
La idea es que cuando alguien busque en Google información sobre nuestra ciudad nos convirtamos en referentes ineludibles.
Para Obama ya están New York Times, Washington Post o CNN.
Y para Cristina Kirchner, para qué engañarnos, están Clarín y La Nación.
No todo está perdido.
Debemos ser optimistas.

Cómo lo es la sociedad aún en los momentos más trágicos.
Si no, revisen el comienzo de una película con el genial Robin Williams, llamada “Ilusiones de un mentiroso”.






Conclusión
Los diarios siempre significaron mucho más que palabras en el papel.
Acompañaron a la sociedad como un faro en los momentos más felices y en los más difíciles.
Su papel fue siempre más allá de informar y orientar a la opinión pública.
Fueron alguna vez una luz de esperanza cuando la muerte andaba rondando.
Por fortuna, esta tragedia no se repetirá nunca más.
Lo que quedará por siempre es el valor que tuvo, tiene y tendrá esa hoja de papel echada al viento.

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2 comentarios:

Anónimo dijo...

La paja ajena

Por Martin Caparrós

Nunca fui un fan de la prensa americana, y sus sanatas sobre la verdad, la honestidad, la independencia del periodista siempre –dicho en buen mexicano– me valieron madre. Pero el otro día me encontré en el New York Times un artículo que me produjo admiración, envidia, admiración.

El artículo se titulaba “Carlos Slim Helú: el empresario reticente” y empezaba contando que “Carlos Slim Helú estaba claramente molesto. Un día del otoño pasado, en la Ciudad de México, había invitado a docenas de corresponsales extranjeros a almorzar y, tras muchas preguntas sobre tendencias comerciales, un periodista quiso saber cómo se sentía al ser tan rico en un país donde tanta gente no llega a fin de mes. El señor Slim cortó la pregunta y defendió su manejo de su vasto imperio económico. Su tono intransigente mostraba que no estaba a favor de esa línea de preguntas. (…) Dueño de telefónicas, constructoras, hipermercados, el señor Slim proyecta una sombra importante sobre el paisaje mediático de su país. Notoriamente quisquilloso, no necesita levantar el teléfono y rugir a los que publican algo que no le gusta. Sus vastos recursos suelen asegurarle una cobertura mucho menos que crítica”, dice el artículo del New York Times, y cuenta cómo un diario mexicano, El Universal, fue amenazado con el retiro de toda la publicidad de las empresas de Slim tras una columna en que cuestionaba algunas de sus decisiones. Después explica que “Slim construyó su fortuna adquiriendo compañías en dificultades y reflotándolas, pero llegó a los primeros puestos de la riqueza mundial cuando le compró al gobierno el monopolio telefónico mexicano, Teléfonos de México, conocido como Telmex, en 1990. Sus críticos dicen que sus conexiones políticas le aseguraron el negocio, pero él responde que su oferta de 1.760 millones de dólares superaba el precio de mercado. Hoy, aunque el mercado telefónico mexicano está ostensiblemente abierto a la competencia, sus tarifas están entre las más caras del mundo. (…) Slim puede poner sordina a algunos críticos, pero no a todos: ‘Pasar a la historia como un malvado monopolista que peló a los consumidores mexicanos no es una imagen de sí mismo que le guste’, dice Denise Dresser, una cientista política mexicana, ‘pero es una imagen verdadera’”.

Y así sucesivamente. Hasta ahí, nada de qué sorprenderse: un gran diario americano mirando, una vez más, la paja en ojo ajeno mientras las vigas llueven en llamas a su alrededor. Un clásico, si no fuera porque –como el artículo también dice– Carlos Slim es uno de los principales accionistas de la empresa que publica el New York Times. El año pasado Slim compró 9,1 millones de acciones –el 6,9 por ciento del total–, que entonces valían unos 127 millones de dólares y esta semana, en plena crisis, alrededor de 35. Y a principios de año le prestó a la compañía editora del Times 250 millones de dólares convertibles en acciones. Por todo lo cual Slim es el tercer accionista más poderoso de la empresa: uno de los dueños.

Digo: casas más, casas menos. Y me pregunto cuándo Clarín va a contar las maniobras de Héctor Magnetto, La Nación las tretas de vaya a saber quién –porque ni siquiera está muy claro de quién es. Cuándo van a salir por América TV los curros de la pareja Vila-Manzano, cuándo en Radio América los negocitos del nuevo magnate Sergio Spolsky. O si, por ejemplo, sin ir más lejos, Crítica de la Argentina escribirá sobre sus dueños. (Antes de que saliera el diario, Lanata dijo que daría una conferencia de prensa con toda la información societaria; después, en algún momento, se cansó: se preguntó por qué debía hacer lo que ninguno hacía, por qué tenía que rendir examen –y supongo que tenía razón).

Lo cierto es que no sucede: nunca sucede. Y hay una explicación pragmática –casi– razonable: en la Argentina, los medios de comunicación son empresas que se rigen, como cualquier empresa, por sus intereses. Por eso no tiene sentido que un diario con intereses sojeros importantes publique nada en contra de los transgénicos, un suponer. O por eso sí tiene sentido que los nuevos dueños de radio del Plata echen a un tipo como Nelson Castro: si yo tengo una empresa de neumáticos y uno de mis vendedores recomienda a mis clientes que compren gomas de la competencia, le pago su finiquito y lo mando a la casa. Yo, empresa privada, no tengo por qué pagarle a alguien para que diga lo que no quiero que diga, para que hable mal de mis amigos, mis socios o de mí. Dentro de la lógica de mercado, una empresa periodística tiene derecho a definir que ciertas cosas no se dicen, que algunas deben decirse de tal o cual manera, que otras deben decirse sin parar. Y elegir quiénes las van a decir y quiénes no. Para eso son los dueños.

No hay, supongamos, por qué sorprenderse de ese mecanismo. En un mundo ideal, ciertas empresas mediáticas deberían pertenecer a un Estado tolerante, plural, que asegurara el libre acceso a la información de todos sus ciudadanos, y otras a grupos de personas, asociaciones, partidos, cooperativas –y que nadie pensara en hacer negocio con ellas. No parece que nada de eso esté por suceder. Nos quedan, entonces, las reglas del mercado: empresas haciendo guita con productos berretas que supuestamente los clientes prefieren, y cuidando esa guita con el sencillo expediente de no meterse con los intereses de sus dueños o de esos dueños remotos y esporádicos que son sus grandes anunciantes, públicos o privados.

El mercado triunfa: en esos términos, en la Argentina actual, el problema no son las empresas sino los clientes. Si yo voy al súper y me compro un kilo de carne verde esmeralda con gusanitos bailarines –y si a mi lado cientos hacen lo mismo–, los señores súper, después de reírse un rato, van a respirar hondo y entender que bueno, ya no es necesario conservar fresca la carne. Distinto sería si no resultara, si la mayoría de los carnívoros de ese súper saliera corriendo y no volviera nunca más: entonces intentarían vender carne fresca o que parezca fresca. Si el New York Times publica una nota dura sobre los negocios de uno de sus dueños es, en parte, porque a sus editores les gusta esa imagen inflexible de sí mismos y, mayormente, porque saben que sin esa imagen su negocio se derrumba: que su público espera eso de ellos, y no los toleraría –dejaría de consumirlos– si fueran muy claramente de otro modo. Entonces publica ese artículo –que al fin y al cabo no tiene grandes revelaciones, que dice lo mismo que todos dicen y nadie puede ignorar del todo, y que le sirve para salvar la cara. Pero ése es el punto: que crean que tienen que hacerlo, que su público les exija que lo hagan.

Aquí los medios no necesitan siquiera simularlo porque su público no se lo exige. Entonces los periodistas seguimos haciéndonos los boludos, enunciando grandes imperativos morales que siempre se aplican a los otros. Si empezáramos por casa –si simuláramos, al menos, que empezamos por casa– quizá tendríamos cierto derecho a ocuparnos de lo que hacen los demás y derecho, sobre todo, a que nos crean cuando lo hacemos. Pero nadie nos lo exige, y seguimos así. Y no es del todo nuestra culpa, sino más bien la de ustedes, mis queridos, que también somos nosotros: los argentinos no sólo tenemos los políticos que nos merecemos; también –faltaba más– el periodismo que ustedes nosotros, sus lectores, hemos sabido conseguir. ¿Quieren mejores medios? Exíjanlos a su proveedor habitual, a ver qué dice.

Clari dijo...

será una jornada realmente interesante.. sin duda cuando vi la propuesta en mublet quise buscar la forma de asistir al evento.
hay alguna posibilidad o el mismo ya fue realizado?

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